Especialistas en traducción abordan los perfiles técnicos y económicos del oficio en la Feria de la Edición de Canarias
¿Debe el traductor hacer aportaciones a la obra en la que trabaja? ¿Está bien pagado y reconocido el oficio? Estos fueron los ejes de debate sobre los que giraron las dos mesas redondas dedicadas a la traducción en la 5ª Feria de la Edición de Canarias. Con la participación de profesionales del gremio, editores y escritores, se hizo un repaso a las cuestiones esenciales de esta tarea fundamental y escasamente reconocida en la literatura.
La primera, celebrada el viernes, reunió a los editores gallegos Moisés Barcia y Penélope Pedreira (Rinoceronte Editora), la poeta y editora Elsa López (La Palma ediciones), Sònia García (Institut Ramon Llull), el poeta y traductor tinerfeño Alejandro Krawietz (Taller de Traducción Literaria de la ULL) y el traductor rumano Dan Munteanu. La segunda mesa estuvo integrada por la traductora Teresa Iturriaga (profesora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria), el presidente de la asociación de traductores ACETT, Mario Merlino, y el director del Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO), Víctor Colodrón. Ambas mesas contaron con la participación del periodista tinerfeño Alfonso González Jerez, que actuó como moderador.
Aunque la primera mesa se titulaba De profesión traductor. Su importancia en el mundo editorial, los participantes discutieron sobre si el texto original pierde o gana al ser trasladado a otra lengua. Elsa López dijo que al oír sus poemas traducidos al árabe tuvo la impresión «de que no eran míos”. “Hay un desdoblamiento”, aseguró la poeta, quien a pesar de defender la traducción, se sentía ajena a su obra en otro idioma. Alejandro Krawietz secundó esta afirmación y aseguró que su impresión al leer sus poemas en otro idioma ha sido como “escuchar a través de una máscara”.
El editor gallego Moisés Barcia afirmó que “traducir es perder” y dijo que la pérdida es mayor o menor según de qué texto se trate: “en un ensayo se pierde menos que en la poesía”. Sin embargo, dijo que la otra cara de la moneda es si el texto se analiza desde la lengua que recibe la obra traducida. Entonces, afirmó, “traducir es ganar”. Rinoceronte Editora está especializada en la traducción al gallego de textos internacionales. El joven editor afirmó que “traducir supone romper una codificación muy especial entre al autor y la obra que ha escrito. Cuando esto sucede, la obra es otra”. Sònia García, del Institut Ramon LLull, afirmó que en Cataluña, “traducir es ganar”, porque “fuerzas a tu propia lengua hacia sus límites”.
Dan Munteanu, traductor rumano afincado en Gran Canaria, defendió que el profesional debe tener un conocimiento amplio de la cultura de la que procede el texto que está traduciendo. “Yo, como traductor, debo comprender hasta el último detalle, la estructura profunda de lo que quiere decir el autor”. “¿Cómo explicas a un rumano lo que es un rancho de ánimas si tú no lo sabes?”, se preguntó el experto. Para Munteanu, “un buen traductor no debe añadir, ni quitar ni juzgar. No puedo permitirme eliminar de la poesía de Alberti la palabra “gualda” porque a mi me viene mejor la palabra “amarillo”, afirmó.
Uno de los aspectos más controvertidos fue la relación que establece el traductor con su trabajo. Mientras que para Elsa López y Alejandro Krawietz “traducir poesía es un acto de amor”, para Dan Munteanu, “el traductor no puede vivir del amor a la traducción, porque con amor no se compra pan”. A su juicio, hoy, la traducción es una especie de “hobby”, una opinión que no compartieron los representantes de Rinoceronte, que afirmaron que hay excepciones: “nosotros sólo publicamos traducciones y desde el principio hemos intentado paliar todas las deficiencias del sector”. El editor gallego afirmó que muy mal no han debido hacerlo, cuando los traductores que les han robado los grandes grupos editoriales “volvían cabizbajos y abochornados porque las grandes firmas, finalmente, no cumplían sus expectativas”.
A la pregunta del moderador sobre los controles de calidad, Elsa López afirmó que “contratar un traductor es una cuestión de confianza”, sin embargo, los editores gallegos explicaron que antes de establecer esa confianza, “exprimimos todos los recursos para comprobar que esa traducción está bien hecha”. Por su parte, Krawietz reivindicó la figura del traductor-autor y afirmó que, “por lo menos, en poesía, no existe una sola versión» y que la fidelidad al original sólo es posible «si la obra se contempla siempre abierta”.
La cuestión del salario
Precisamente, la cuestión de la confianza y la capacidad de los traductores de “comprar pan” a través de su oficio centró el debate de la segunda mesa, en la que se partió de una intervención de Teresa Iturriaga, profesora de la Facultad de Traductores e Intérpretes de la ULPGC, con la que reivindicó la contratación de profesionales titulados como alternativa a una confianza fundamentada en criterios subjetivos. Iturriaga se quejó de que los editores se basen más en esos criterios y no demanden profesionales titulados. La intervención de la traductora y profesora universitaria tuvo su réplica en las palabras del presidente de la asociación de traductores ACETT, Mario Merlino. Merlino se mostró satisfecho de la existencia de las facultades de traducción, pero aseveró que éstas “no son garantía de calidad” y reivindicó el carácter de “oficio” de la profesión, algo que puede aprenderse con la práctica. Merlino señaló que él traduce por “ser una apasionado de la literatura y tener conocimientos de lenguas”. Su trabajo ha sido recientemente reconocido con el Premio Nacional de Traducción. “Este es un oficio como el de escritor, que está en estado de formación permanente”.
Merlino reconoció que “en la traducción, como en la edición, hay de todo: farsantes y profesionales. Lo que cuenta, más que el título profesional, es la responsabilidad con la que abordas el trabajo, igual que en las demás profesiones”.
El debate siguió por la regulación del trabajo de traductor. En este sentido, tanto Mario Merlino como el director del Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO), Víctor Colodrón, informaron que la legislación española es una de las más avanzadas de Europa, al considerar al traductor con el mismo reconocimiento que al autor y reconocerle los mismos derechos, tanto los llamados “morales” como los de explotación. Incluso, Colodrón anunció una iniciativa que aún es un proyecto por la que los derechos generados por el préstamo en bibliotecas se repartirán al 50% entre autores y traductores, como ocurre ya para el caso de la distribución de los fondos generados por el canon aplicado a la copias privadas de las obras.
Por tanto, “sobre el papel, el marco legal protege la figura del traductor de forma adecuada”, indicó el representante de CEDRO, aunque los datos aportados por el periodista Alfonso González Jerez, extraídos del Libro Blanco de la Traducción elaborado por la asociación presidida por Melino, expresan una realidad diferente de la prevista por la ley. Así, según este documento, un 13 por ciento de los traductores dice que sólo alguna vez los editores han cumplido con las obligaciones de liquidación anual de derechos de autor, que también incluye a los traductores, y el 82 por ciento señala que nunca se ha dado esa liquidación.
A las dificultades para obtener la liquidación anual de los derechos de autor, los traductores añadieron las más sencillas y cotidianas de encontrar un procedimiento para evaluar económicamente su trabajo, desde la cuantificación de las palabras, caracteres o folios trabajados, como la negociación directa con el editor.
A las quejas de la escasa valoración económica de su trabajo, respondieron portavoces de los editores asistentes como público en la sala. Ángeles Alonso, de Baile del Sol, expresó que en ocasiones la editorial tinerfeña tiene que pagar más a los traductores que a los propios autores, mientras que Moisés Barcia, tras explicar el trato exquisito que Rinoceronte da a los traductores a los que contrata, se preguntó si esa forma de pago excelente aplicada por esta editorial gallega es compatible con el precio de los libros, la situación del mercado y el coste del trabajo de otros profesionales que intervienen en la producción de las obras, como ilustradores, maquetistas, diseñadores y correctores, entre otros. En este sentido, Mario Merlino insistió en que es obligado cumplir la ley y se debe encontrar un espacio para alcanzar un convenio con el que se puedan negociar las condiciones laborales de los traductores.trasladado a otra lengua. Elsa López dijo que al oír sus poemas traducidos al árabe tuvo la impresión «de que no eran míos”. “Hay un desdoblamiento”, aseguró la poeta, quien a pesar de defender la traducción, se sentía ajena a su obra en otro idioma. Alejandro Krawietz secundó esta afirmación y aseguró que su impresión al leer sus poemas en otro idioma ha sido como “escuchar a través de una máscara”.